martes, 29 de octubre de 2013

Derechos Humanos, ficción para los pobres

Juan Carlos Balderas C
Encargado de Prensa del Movimiento Antorchista en Sinaloa

A pesar de las 180 recomendaciones hechas al Estado mexicano por el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas durante el examen periódico universal que recién realizó nuestro país en Suiza, sede de ese organismo internacional, -las cuales son referentes a temas como la tortura, la violencia policiaca y abusos de las fuerzas del Estado, entre otras- lo cierto es que el mayor número de violaciones a estas garantías se encuentran en aspectos más cotidianos y por tanto, afectan a un número mucho mayor de personas, en los cuales poco discurren los organismos defensores de tales Derechos Humanos.

Más allá de los casos de actuación injusta de las autoridades respecto al trato que se le da a un presunto delincuente, o de la creación de leyes para “garantizar la seguridad de los periodistas”, la búsqueda de la dignidad de los seres humanos, en todo el planeta, debe pasar por la satisfacción de sus necesidades materiales, que en los lugares que habitan no falten servicios básicos, educación, salud, trabajo digno y remunerado, y en general, todo aquello que permita a las personas un modo de vida digno, como la verdadera forma de asegurar que las personas tengan garantizado el pleno ejercicio de sus derechos elementales.
¿Qué Estado es capaz de asegurar que procura la dignidad humana de sus habitantes, cuando es noticia reciente una mujer teniendo un hijo en el patio de un hospital oaxaqueño, por falta de atención médica? O más reciente, el caso del jornalero chihuahuense que permaneció grave durante cinco días afuera de un hospital en Guaymas, Sonora -en el cuál le negaron la atención médica por falta de dinero- quien finalmente falleció a consecuencia de una lesión en su trabajo como recolector de sandías que le causaba intensos dolores de espalda, de la severa desnutrición que padecía y de esa negligencia contraria al juramento hipocrático.
¿Cómo hablar de dignidad en un país con 7 millones de jóvenes que no estudian ni trabajan por falta de oportunidades? Y ni hablar de los 28 millones de seres humanos pobres en México que no tienen ni siquiera garantizado lo más indispensable para sobrevivir, que es la alimentación.
El Estado de México es quizá el más ejemplificador de esa ficción oficial de la procuración de bienestar. Ahí existe un gobernante que reprime políticamente a quienes se atreven a exigirle obra social para, precisamente, subir apenas un pequeño escalón en su nivel de vida. Ahí mismo se encubre con descaro a una poderosa mafia que asesinó a 6 humildes transportistas y a su abogado por pretender independizarse y crear un patrimonio seguro para sus familias. En ese estado es posible que ocurra el secuestro del padre de una alcaldesa y de cientos de ciudadanos sin que la autoridad mueva un dedo para encontrar a los responsables. Ahí también existen los más altos índices de feminicidios y de delincuencia en general; además se concentra al mayor número de pobres en el país, y no sólo eso, ahí también es donde más se ha acrecentado el nivel de pobreza. Los pobres en el Estado de México cada vez son más y su pobreza es mayor.
Es paradójico que ese estado haya sido gobernado apenas el sexenio pasado por quien ahora es Presidente de la República.
Si la pobreza es lo contrario de lo que buscan garantizar los Derechos Humanos, es decir, si la pobreza es la negación de tales derechos, podemos deducir que entre mayor sea la pobreza, menor es el ejercicio del derecho que todos los seres humanos tenemos a vivir con dignidad y esto último se puede definir como la síntesis de los derechos sociales, políticos y económicos de las personas.

Ningún ombudsman, ningún organismo de Derechos Humanos ha volteado sus ojos al Estado de México. Pareciera que su labor de garantía y defensa se constriñe a lo mediático, a lo que los propios gobiernos dictan, lo que pervierte los nobles objetivos que deberían abrazar tales “organismos no gubernamentales” por lo que, al no velar por ese flagelo que es la pobreza, los convierte en cómplices de quienes violentan a la humanidad.

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